La palabra preocupación se define como “una cadena de pensamientos e imágenes cargados de sensaciones negativas y relativamente incontrolables”.
Todo el mundo se preocupa de vez en cuando, pero hacerlo en exceso puede ser perjudicial, ya que nos hace sentir tensión y ansiedad. Las personas que se preocupan excesivamente son expertas en descubrir posibles problemas y son ineficaces a la hora de generar soluciones o respuestas de afrontamiento útiles. Aunque podríamos decirnos a nosotros/as mismos/as – “no merece la pena”, “no lo pienses más”, ”piensa en otra cosa”, “deja de preocuparte… no tiene sentido… no servirá de nada…” – hay algo que hace que sea difícil detener esta reacción, ya que el acto de preocuparse puede resultar útil.
Preocuparse es útil si nos moviliza, si no es inútil
La preocupación es una respuesta normal ante situaciones que pueden perturbar nuestra vida. Si el problema es de una importancia considerable y la preocupación que genera es proporcionada, no solamente no debemos vivirlo como algo negativo, sino que es un afrontamiento que nos prepara para actuar adecuadamente ante el problema.
La percepción de incertidumbre, como la que estamos viviendo ahora, es una fuente importante de preocupación y ansiedad, pero el objetivo no consistirá en intentar eliminarla, sino, por el contrario, en reconocer, aceptar y desarrollar estrategias de afrontamiento cuando se presente. Se trata, por tanto, de aprender a manejarla.
¿Vale la pena preocuparse?
En esta situación de crisis sanitaria actual, es probable que hayas desarrollado preocupación excesiva por diversos temas: temor al contagio propio y de tus familiares, preocupación por los pacientes a los que atiendes, por tus compañeros de trabajo, por los cambios constantes a los que te ves sometido, etc.
Pero hay cuatro cosas de las que no vale la pena preocuparse, y sin embargo representan una gran parte de nuestras preocupaciones: lo que no tiene importancia, lo improbable, lo incierto y lo incontrolable. Si relegamos este tipo de preocupaciones a un segundo plano, nos sentiremos mejor.
a. Lo que no tiene importancia
Es fácil llenar tu vida con preocupaciones por cosas pequeñas. Pregúntate: “¿Es tan importante lo que me preocupa?” Éstos son las tres reglas que te ayudarán a responder a esta pregunta:
i. la regla de los 5 años. Pregúntate: “¿Qué pasará con este asunto dentro de 5 años?”. Esta es una forma de mirar su preocupación desde una perspectiva a largo plazo.
ii. la varilla de medición. Pregúntate: “¿En una escala de malas experiencias, dónde estaría lo que me preocupa?”. Piensa en una muy mala experiencia que hayas tenido. ¿Dónde situarías tu preocupación actual en comparación con ésta?
iii. la calculadora. Pregúntate: “¿Me preocupo mucho?, ¿Me merece la pena?”. Perdemos mucho tiempo y energía con esto. Asegúrate de que no te preocupas sobre el problema más de lo que se merece. Necesitas tu tiempo y energía para cosas más importantes.
b. Lo improbable
Muchas de las preocupaciones son “¿Qué pasaría si …?”. Imaginamos una serie de cosas terribles que podrían ocurrir hoy o mañana, pero la mayoría de las cosas son muy poco probables. Si te permites preocuparte por lo improbable siempre encontrarás un motivo para estar preocupado/a. Abordar los problemas reales ya supone suficiente trabajo. No pierdas el tiempo, la energía y felicidad en problemas que no existen.
c. Lo incierto
Muchas veces no sabemos cómo saldrá algo. Hay muchas cosas que nos preocupan aún cuándo no han sucedido y sobre las que sólo podemos actuar una vez que ocurran. Por ejemplo, la preocupación excesiva por temor a contagiarse a diario, no va a hacer que tu actuación sea más correcta, sino que al estar más nervioso/a puede hacer que cometas más errores.
d. Lo incontrolable
Nosotros no tenemos control sobre muchas de las cosas que nos preocupan. Por ejemplo, la preocupación por que llueva en un acontecimiento familiar no cambia la probabilidad de que suceda. Nada de lo que hagas o pienses evitará que haya tormenta ese día.